-¡GUAPO!
– le dijo la Luna al sol.
El
Sol se puso rojo.
-¡GUAPO,
más que guapo! ¿Me gustan tus colores!
El
Sol se puso más rojo.
-¡Guapísimo!
El
Sol se ruborizó y se tapó la cara avergonzado. La Luna se quedó pálida.
-¿Dónde
estás, Sol? ¿Te has escondido?
Se
hizo de noche, y la luna se quedó sola.
-¿Por
qué te has marchado, Sol? Solamente te he dicho guapo. No tengo a nadie con
quien hablar. Las estrellas están mudas.
Se
hizo de día y el sol apareció radiante.
La
Luna pensó:
“Ahora
que nadie me ve, piropearé a mi Sol adorado. Tendrá que escucharme, porque
permanecerá encendido hasta las ocho de la tarde.”
-¡Hola,
divino Sol!
El
Sol miró a la Luna de reojo.
-¡Estás
tan lindo esta mañana!
El
Sol se ocultó tras una nube.
-Sal
pronto de ahí, que quiero verte.
El
sol apareció de nuevo.
-¡Bien!
El
Sol pareció asustarse.
-No
te escondas, por favor, quiero jugar contigo a guiñar ojos…
El
sol entornó los párpados.
La
Luna cucó el ojo izquierdo y se quedó en cuarto menguante.
-¿Ves?
Me puedo transformar. Si ahora guiño mi ojo derecho me visto de cuarto
creciente. ¡Es muy divertido!
El
Sol sonrió.
-Anda,
Sol…Guíñame tus bellos ojos…
El
Sol se aceleró. De su corazón comenzaron a salir llamas de fuego.
-¡Así
quiero yo verte! Exuberante, fogoso… ¡Espectacular!
El
Sol se quedó con los ojos en blanco.
-Mírame,
Sol; ahora yo me disfrazo de rajita de melón. ¿Te gusta?
El
sol encendió sus rayos en señal de aprobación.
-¡Tengo
tantas caras! Ninguna oculta para ti, mi rey. ¡Guapo! ¡Guapísimo!
Y
el sol se ruborizó de nuevo y se marchó a descansar.
-Que
duermas bien, querido Sol. Si no quieres mirar mi cara frente a frente, puedes
contemplarla reflejada en todos los lagos y mares de este mundo. Hasta mañana,
mi amor…
Víctor
del Río