Los burócratas nadan en un mar
de aburrimiento tempestuoso. Desde el horror de sus bostezos son los primeros
asesinos de la ternura, terminan por enfermarse del hígado y mueren aferrados a
los teléfonos con los ojos amarillos fijos en el reloj.
Los burócratas tienen linda
letra y se compran corbatas, sufren síncopes al comprobar que sus hijas se
masturban, deben al sastre, acaparan los bares, leen el Reader Digest y los
poemas de amor de Neruda, asisten a la ópera italiana, se persiguen, firman los
pliegos nítidos del anticomunismo, los hunde el adulterio, se suicidan sin
arrogancia, tienen fe en el deporte, se avergüenzan a mares de que su padre sea
un carpintero.
Roque
Dalton
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