Súbitamente cobro conciencia de que me
estás mirando. Levanto los ojos y los poso en los tuyos. Me sorprendo al
observar cómo se están escapando de ellos sendos diablillos, al tiempo que por
la comisura de tu boca quiere huir una levísima sonrisa cómplice. El
temblorcillo interior me dice que llegué al cielo otra vez.
Sin pronunciar palabra, disimulo extrañeza, y te interrogo con un gesto. Finjo no saber por qué
andurriales camina tu pensamiento y qué escenas maquina tu imaginación.
Bajas los ojos, y sin palabras mueves la
cabeza negando, mientras no puedes evitar que de nuevo a tu boca se asome la
sonrisa y que a tus ojos vuelvan los diablillos.
Félix