domingo, 7 de mayo de 2017

Ángeles

Apostados cada uno en una esquina de la cama le veían cada noche rezar y dormir. Una vez quisieron mostrarse. El niño rompió a gritar y su madre trató de convencerle de que los monstruos no existen. Ellos bajaron la cabeza, avergonzados, y ocultaron su fealdad tras sus alas.

Espido Freire.


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