Ángeles
Apostados cada uno en una esquina de la
cama le veían cada noche rezar y dormir. Una vez quisieron mostrarse. El niño
rompió a gritar y su madre trató de convencerle de que los monstruos no
existen. Ellos bajaron la cabeza, avergonzados, y ocultaron su fealdad tras sus
alas.
Espido Freire.
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