domingo, 28 de enero de 2018

Instrucciones para subir una escalera

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una  nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación produciría formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie,  pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia del nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse al final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.


Julio Cortázar

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domingo, 21 de enero de 2018

Y sigue la evolución del ser humano…

Marisa tenía tres maneras de convertir en milagro la dura lucha diaria para sobrevivir en esta jungla: pasear por las nubes, ver películas y hablar por señas. Las tres cosas tienen, sin embargo sus peligros respectivos: no saber bajar, quedarse dormido, y que te tomen por loco aunque en realidad no desvaríes.
Marisa no supo esquivar la ventolera y descubrió también un cuarto modo de evasión: manipular ese “chisme”, que precisa la vista de lince y una extraordinaria movilidad de los dedos. Desde entonces Marisa ignora la presencia física de las personas, pero es capaz de establecer otras relaciones variadas e infinitas, pero virtuales, de manera febril.

Y como la naturaleza es sabia y hace que la necesidad cree órganos nuevos y el desuso los atrofie, a Marisa la han nacido hijos con seis dedos y con las cuerdas vocales desecadas.

Félix

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domingo, 14 de enero de 2018

Tan amigos

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-Bruto calor –dijo el mozo.
Pareció que el tipo de azul iba a aflojarse la corbata, pero finalmente dejó caer el brazo hacia un costado. Luego, con ojos de siesta, examinó la calle a través del enorme cristal fijo.
-No hay derecho –dijo el mozo- . En pleno octubre y achicharrándonos,
-Oh, no es para tanto –dijo el de azul, sin énfasis.
-¿No? ¿Qué deja entonces para enero?
-Más calor. No se aflija.
Desde la calle, el hombre flaco, de sombrero,  miró hacia adentro, formando pantalla con las manos para evitar el reflejo del ventanal. En cuanto lo reconoció, abrió la puerta y se acercó sonriendo.
El de azul no se dio por enterado hasta que el otro se le puso delante. Sólo entonces la tendió la mano. El otro buscó, de una ojeada rápida, cuál de las cuatro sillas disponibles tenía el hueco de pantasote que convenía mejor a su trasero. Después se sentó sin aflojar los músculos.
-¿Qué tal? –preguntó, todavía sonriendo.
-Como siempre –dijo el de azul.
Vino el mozo, resoplando, a levantar el pedido.
-Un café… livianito, por favor.
Durante un buen rato estuvieron callados mirando hacia afuera. Pasó, entre otras, una inquietante  mujercita en blusa y el recién llegado se agitó en el asiento. Después sacudió la cabeza significativamente como buscando el comentario, pero el de azul no había sonreído.
-Lindo día para ser rico –dijo el otro.
-¿Por qué?
-Te echás en la cama, no pensás en nada, y a la tardecita, cuando vuelve el fresco, empezás otra vez a vivir.
-Depende –dijo el de azul.
.¿Eh?
-También se puede vivir así.
El mozo se acercó, dejó el café liviano, y se alejó con las piernas abiertas, para que nadie ignorase que la transpiración le endurecía los calzoncillos.
-Tengo la patrona enferma. ¿sabés? –dijo el otro.
-¿Ah sí? ¿Qué tiene?
-No sé. Fiebre. Y le duelen los riñones.
-Hacela ver.
-Claro.
El de azul le hizo una seña al lustrador. Éste escupió medio escarbadientes y se acercó silbando.
-Hace unos días que andás de trompa –dijo el otro.
-¿Sí?
-Yo sé que la cosa es conmigo.
El lustrador dejó de embetunar y miró desde abajo, con los dientes apretados, entornando los ojos.
-Lo que pasa es que vos embalás en seguida.
¿De veras?
-Se te pone que un tipo estuvo mal y ya no hay quien te frene. ¿Vos qué sabés por qué lo hice?
-¿Por qué hiciste qué?
-¿Ves? Así no se puede. ¿Qué te parece si hablamos con franqueza?
-Bueno. Habla.
Ambos miraron el zapato izquierdo que empezaba a brillar. El lustrador le dio el toque final y dobló cuidadosamente su trapito. “Son veinticinco”, dijo. Recogió el peso, entregó el suelto y se fue silbando hacia otra mesa, mientras volvía a masticar la mitad del escarbadientes que había conservado entre las muelas.
-¿Te creés que  no me doy cuenta? A vos se te ocurrió que yo le hablé al Viejo para dejarte mal.
-¿Y?
-No fue para eso, ¿sabés? Yo no soy tan cretino…
-¿No?
-Le hablé para defenderme. Todos decían que yo había entrado a la Gerencia antes de las nueve. Todos decían que yo había visto el maldito papel.
-Eso es.
-Pero yo sabía que vos habías entrado más temprano.
Un chico rotoso y maloliente se acercó a ofrecer pastillas de menta. Ni siquiera le dijeron que no.
-El Viejo me llamó y me dijo que la cosa era grave, que alguien había loreado y que todos decían que yo había visto el papel antes de las nueve.
El de azul no dijo nada. Se recogió cuidadosamente el pantalón y cruzó la pierna.
-Yo no le dije que habías sido vos –siguió el otro, nervioso, como si estuviera a punto de echarse a correr, o a llorar-. Yo dije que habían estado antes que yo, nada más… Tenés que darte cuenta.
-Me doy cuenta.
-Yo tenía que defenderme. Si no me defiendo, me echa. Vos bien sabés que no anda con chiquitas.
-Y hace bien.
-Chih, decís eso porque sos solo. Podés arriesgarte. Yo tengo mujer.
-Jodete.
El otro hizo ruido con el pocillo, como para borrar la ofensa. Miró hacia los costados, repentinamente pálido. Después, jadeante, desconcertado, levantó la cabeza.
-Tenés que comprender. Figurate que yo sé demasiado que vos si querés me liquidás. Tenés como hacerlo. ¿Me iba a tirar justamente contra vos? No tenés más que telegrafiar a Ugarte y yo estoy frito. Te lo digo para que veas que me doy cuenta. No me iba a tirar justamente contra vos, que tenés flor de banca con el Rengo… ¿Me entendés ahora?
-Claro que te entiendo.
El otro hizo un ademán brusco, de tímida protesta, y, sin querer empujó el vaso con el codo. El agua cayó hacia adelante, de lleno sobe el pantalón azul.
-Perdona.
-No es nada. En seguida se seca.
El mozo se acercó, recogió los más importantes trozos de vidrio. Ahora parecía sufrir menos el calor. O se había olvidado de aparentarlo.
-Por o menos, dame la tranquilidad de que no vas a telegrafiar. Anoche nopude pegar los ojos…
-Mirá… ¿querés que te diga una cosa? Deja ese tema. Tengo la impresión de que me tiene podrido.
-Entonces…no vas…
.No te preocupes.
-Sabía que ibas a entender. Te agradezco. De veras, che.
-No te preocupes.
-Siempre dije que eras un buen tipo. Después de todo tenías derecho a telegrafiar. Porque yo estuve mal… lo reconozco… Debí pensar que…
-¿De veras no podés callarte?
-Tenés razón. Mejor te dejo tranquilo.
Lentamente se puso de pie, empujando la silla con bastante ruido. Iba a tender la mano, pero la mirada del otro lo desanimó.
-Bueno, chau –dijo-. Ya sabés, siempre a la orden… cualquier cosa…
El de azul movió apenas la cabeza, como si no quisiera expresar nada concreto. Cuando el otro salió, llamó al mozo y pagó los cafés y el vaso roto. Durante cinco minutos estuvo quieto, mordiéndose despacio una uña. Después se levantó, saludó con las cejas al lustrador, y abrió la puerta.
Caminó sin apuro, hasta la esquina. Examinó una vidriera de corbatas, dio una última chupada al cigarrillo y lo tiró bajo un auto.
Después cruzó la calle y entró en la Oficina de Telégrafos.


Mario Benedetti

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domingo, 7 de enero de 2018

Irracional deriva


Unos seres, embutidos en forros polares y armados de bates enormes, golpean la cabeza de las focas que duermen descuidadas bajo un tímido sol. La sangre siembra de flores rojas la nieve impoluta sobre el mar helado, mientras llega una agonía vergonzosa y tumefacta, que me llena de ira.

Félix

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